No se trata de una broma ni de una ironía. El Juzgado de Instrucción es el escenario de un divertido sainete de Eduardo Escalante, titulado “Un ratet en el chusgat” (“Un ratillo en el juzgado”), que fue estrenado en el Teatro Eslava de Valencia el 25 de abril de 1914. Curiosamente en aquel tiempo ya se nos presenta un panorama de lo judicial no tan lejano al actual.
Como es conocido, Eduardo Escalante fue un afamado sainetista. Además, dio nombre a un célebre teatro valenciano ubicado en un antiguo palacio, en estos momentos con problemas estructurales tan graves que tiene riesgo de desprendimiento de alguno de sus elementos. De hecho, el futuro de este teatro es tan incierto que el mismo llega a ser noticia en la prensa local...
Eduardo Escalante alcanzó cierta fama a pesar de que publicó la mayoría de su extensa obra en lengua valenciana. Su obra en castellano en realidad resultó escasa, aunque destacan obras como “Matasiete espantaocho”, recordada por la polémica generada por unas acusaciones de plagio que finalizaron estrepitosamente cuando se supo (en el centro de la península) que había sido estrenada en Valencia antes que la obra de Javier Burgos que erróneamente se suponía había plagiado.
En fin, entre su numerosa obra se encuentra la de “un ratillo en el juzgado” que ahora nos ocupa. No es precisamente de las más conocidas. De hecho, ni siquiera se suele citar en los listados de su obra (ver Wikipedia), pero recobra cierto interés por su temática judicial yo me atrevería a calificar, salvando las distancias, como moderna y hasta representativa.
La obra se desarrolla íntegramente en el interior de un Juzgado de Instrucción, entre las mesas de los “escribanos” Santandreu, Senchordi y Sanmartín. Tiene una estructura “sencilla”, como el proceso penal (esto último sí es una ironía), consta de diez escenas y una final, (once en total, curiosamente, tantas como los votos del Tribunal Constitucional en contra del Derecho Civil Valenciano. Véase una referencia aquí).
En la escena primera, Bienvenida da cuenta de que había solicitado el divorcio con base en que sufría malos tratos, incluso afirma que le había pegado una vez. En realidad se trataba de una treta porque tenía escondidos tres testigos, y, relata, me costó mucho, pero a base de insultarlo, logré que me tirara desde lejos una palmatoria, y, valiéndose de ello, se arañó cerca del ojo con un gancho del pelo, así con golpe y sangre los malos tratos probados. Esta treta la había usado porque entendía que no le prestaba la suficiente atención, además le provocaba celos, pues se la ofrecía a muchas otras.
En la escena segunda se interroga a un testigo (Salustiano) sobre una reyerta con un herido (Formage) por el agresor (el Rata). Asimismo, Bienvenida discute la pensión que va a pedir. Tomás le aconseja que busque un abogado.
En la escena tercera, cuando se marcha bienvenida la critican y comentan la desdicha de su matrimonio, cuentan intimidades como que el marido se había casado nada menos que cuatro veces.
En la escena cuarta, entra el abogado criminalista Germà, en busca de algún asunto. Cuando se marcha los escribientes hablan de sus cosas, como las faltas de ortografía en los escritos.
En la escena quinta, dos testigos uno de ellos (Sento) está impresionado y asustado por estar en un juzgado de instrucción. Pascual declara sobre un robo. Afirma que “los vecinos disen que una manera embosà qu’el ladrón es el marido”, y, aunque no son casados, “hacen vida marítima, desde tiempo inmemorial”. A esto, regresa el abogado (Germà) que, en su ánimo de encontrar clientes, pide al testigo si quiere que le defienda. Regresa también Bienvenida, Germà se entera del asunto cuando esta viene contando que su marido está dejando bienes a sus amistades femeninas.
En la escena sexta, el abogado queda prendado con la belleza y simpatía de Bienvenida. Y cuando conoce el asunto de esta, era inevitable que le ofreciera sus servicios (“mis honorarios serán modestos, -dice- pesetas, cero”). Bienvenida está agradecida, aunque se queja del descaro con que la ha mirado. Sigue el interrogatorio de Sento. Con todo, Bienvenida sigue contando el problema económico y de faldas de su marido. Si bien Tomàs le señala que todo es “Enveja, cels, i despit” (envidia, celos y despecho). Germàn no desaprovecha el momento “para echarle los tejos”, y a ella parece que no le disgusta tanto porque piensa “este dimoni m’atrau” (este demonio me atrae), y le dice, que es casada, pero que “a ser fadrina, pot ser que ferem enredro” (de ser soltera quizá se liarían).
En la escena séptima, traen “un atestado”, Inocencia Manso y Lis, el Tigre. Lo traen atado, y también un trabuco, un estilete, dos ganzúas, un formón, una navaja, un revólver y un cuchillo. Se le interroga, y afirma que esos “chismes” no son suyos, que todo son calumnias.
En la escena octava, deciden gastar una broma al abogado Germán (“Goteta de Plom”), no informándole de la presencia del Tigre. Cuando el abogado le pregunta si tiene alguien que le defienda, afirma “si me desatan, me basto yo solo”. En todo caso, le dice que no tiene dinero, mientras se llevan al tigre.
En la escena novena, el abogado se queja de su falta de asuntos. Se recibe una carta de Marcos (el abogado de Bienvenida), y se comenta que el tigre ha jurado que “ajustará las cuentas” a uno de los escribanos por el trato recibido. Entra Juan buscando al juez, quiere avisar de prevenir un delito (“que prenga les precausions previsores qu’el seu càrrec aconsella”), que él mismo iba a cometer, pues iba a ser el asesino de su suegra porque le tiene mártir (“no es dona, es una pantera”). Lo envían a su casa a pesar de todo.
En la escena décima, comentan la infelicidad del yerno, así como la grave enfermedad del marido de Bienvenida a quien “le han sido administrados los últimos sacramentos”, y, sobre todo, “como no tiene herederos forzosos, arrepentido de sus locos devaneos, la nombrará su heredera universal. Más de ciento cuarenta mil duros”.
Y en la última escena, se confirma el fallecimiento del marido y la herencia a favor de Bienvenida. Como era de esperar, Germán, el abogado, insiste en su proposición: “ha poco me dijo usted que era casa; ya es libre… ¿quiere que yo la defienda con mi nombre y mi honradez? ¡Seré su esclavo!... felices podemos ser. Al final, el abogado no consigue defender ningún asunto, pero “els machacantes li’ls ha deixat; baja un pleit que ha guanyat sense posar-se la toga, este paixarell” (más o menos significa que: el pájaro ha ganado un pastón sin tener que ponerse la toga).
Y aquí termina el sainete sobre el Juzgado de Instrucción. La obra completa original “Un ratet en el chusgat” pueden consultarla y bajarla a texto completo original en la biblioteca virtual Miguel de Cervantes, clicando aquí.
Para actualizarse, esta obra solo necesitaría unos pequeños retoques: en lugar de escribientes, funcionarias del cuerpo de gestión, tramitación procesal, y auxilio judicial; quitamos las plumas y los tinteros y ponemos unos ordenadores más o menos a pedales junto a una impresora; en lugar del “tigre” más bien el patillas –o el perillas- no al servicio de un tratante de animales sino de algún partido político y quizá con un cargo público; y en cuanto al fondo, apenas se modernizaría si la rica heredera se liara, no con abogado sino con abogada. Por lo demás, tampoco requeriría mucho más para su actualización. Desde luego, no se tendría que hacer nada con la lengua que usa el letrado conquistador (llamado por los juzgados como "goteta de plom"). Al parecer, tanto entonces como ahora, en general y salvo escasísimas excepciones, los abogados no usan el valenciano en el contexto de la administración de justicia ni dándoles una subvención.
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La llengua valenciana en la justícia (diario Las Provincias, 27 de marzo de 2016)
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